Sin palabras en aquella oscura habitación, cedidos los sentimientos a la fría piel del sofá que parecía estar esperándola, tras su vieja apariencia, con cojines de plata bordados, y patas de madera labradas con cincel... entraba la luz frágil de una ventana estrecha que únicamente caía sobre sus ojos castaños, dándole así un doble brillo ocupado también por sus lágrimas.
Había desaparecido sin decir adiós, y el vuelo de las palomas del parque cuando pasó horas antes por allí parecía ser triste, el aleteo sonaba en sus oidos como golpes de soledad, ataviados con locura, no podía mirar atrás, ya acabó todo, todo sucedió, todo se marchó, perdió hasta su indentidad, se sentía unida a él de una manera tan dependiente que ni un sólo cabello de su cabeza podía soltarse al viento libremente cuando andaba de su mano, y él frenaba el paso para acaraciarlo y besar sus labios de dulce de almíbar, que ahora, tras su huida, saben amargos como la amarga noticia de una despedida.
Quedaron esparcidos por el suelo de aquella habitación todos sus sueños con cada gota de lágrima que derramaba sobre esas baldosas grises y blancas. La humedad de ese lugar trepaba por su ombligo hasta llegar a su pecho produciéndole una tos incensante, y sus dedos se retorcían de dolor cuando cerraba sus puños maldiciéndose de haber cometido un grave error, el dejar marchar a su gran amor. Se acababa todo en un corto minuto, él dió media vuelta, lo que puede durar menos de un minuto, y el tiempo que costó estar juntos, lo difícil que fué unirse ambos con todos los inconvenientes de sus compromisos sociales, e incluso familiares por las diferencias de clases, el un hombre de familia burguesa, acomodada, y ella una oficinista que tuvo que comenzar a trabajar desde los 16 para ayudar a sus padres...
El gran amor que sintieron se esfumó sin más, como si de nada hubiera servido toda la entrega que se dieron, la historia que quedaba atrás concedida por ambos. Murió el amor y ella también, tendida en ese sofá de aquella habitación de un viejo hotel donde hicieron por primera vez el amor, se envenenó el corazón desde aquel día y no quería abrir las puertas a un nuevo amor.
Los días pasaron por sus pañuelos humedecidos de dolor, los días pasaron por sus ojeras marcadas por el sueño, pasaron así como si nada pasara pasando tantas cosas de este mundo a su alrededor... Y a los seis meses, una llamada a las dos de la mañana, mientras ella no dormía y pensaba en él, la despertó de su abatida tristeza, cuando escuchó: Yo aún TE AMO mi pequeña flor.